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Yo no entendía la importancia de la rehabilitación

Esto no es otra historia de profesionales de la salud hablando en primera persona, ni tampoco un testimonio de quién vive una enfermedad. Hoy les hablaré de la visión de quien forma parte de eso que llamamos redes de apoyo.


Hace unos años, un joven que terminaba su etapa escolar y vivía su adolescencia, aún no experimentaba de cerca el proceso de enfermedad de un ser querido. No vivió en particular el momento de la urgencia, de la angustia de no saber si trasladar o no a ese ser querido, o de esperar la llegada de una ambulancia. Se enteró por su familia que “el Tata tuvo un accidente vascular”. Se sorprendió, porque en su cabeza estaba la imagen de él y su familia compartiendo un día de celebración cualquiera, con el Tata haciendo el asado y animando la junta con música.

Vivió la angustia en silencio, intentando no sobrecargar a la familia con sus propias necesidades, ya que los veía intentar ajustar horarios y comidas, turnándose y dejando de lado sus actividades habituales, todo para hacer más fácil ese tránsito hasta enterarse que “el Tata está mejor, lo trasladaron a la UTI, pero nos reconoció”.

Así se fue enterando que volvía a ser la persona que conocía de toda la vida, pero que aún no podía comer, ni moverse o cuidarse por sus propios medios. Ahí empezaron a aparecer en las conversaciones frases como “está estable pero avanza poco”, “quiere hacerlo pero el cuerpo no le obedece”, “va bien pero necesita más rehabilitación”.


Años después, siendo ahora un adulto joven, coincidió conmigo durante algunas horas en Munay, y al preguntarle qué pensaba de la rehabilitación, me dijo: “yo no entendía la importancia de la rehabilitación”. Me describió en sus palabras cómo desde la familia se adaptaron a este proceso, el cómo vivieron avances y retrocesos, y el verse incorporado en tareas como cuidar al Tata, darle sus medicamentos o acompañarlo para que fuera al baño, verlo progresar desde que llegó con un dispositivo extraño en el cuello hasta que pudo volver a hablar y comer, y desde que llegó en una silla de ruedas donde no podía ponerse de pie, hasta lograr verlo caminar por la casa con un andador. “Ahí entendí que se podían hacer más cosas después de que salió de la clínica, que se podía rehabilitar”.


Este caso que hoy les cuento, es un ejemplo del rol de las redes de apoyo, de esas personas que asisten a quien ha sufrido una enfermedad, y que permiten tanto a aquel individuo como a los profesionales de la salud, unir los esfuerzos propios con el conocimiento científico al servicio de la readaptación, de la calidad de vida, e idealmente del recuperar la participación en las actividades de interés. No siempre se logra llegar a retomar las rutinas previas a la enfermedad, pero siempre será mejor vivir en el nuevo escenario contando con el apoyo de los seres queridos y de un equipo de rehabilitación que facilite este proceso.


Finalmente, Pablo, la persona que quiso les contara esta historia, me pidió que no terminara este escrito sin transmitir el impacto que tuvo para su abuelo, el hecho de que todos en la familia pusieran su disposición y tiempo al servicio de aprender alguna terapia en casa o de acompañarlo a las suyas en los recintos de salud, y para él en especial, el ser parte activa de esta red de apoyo.

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